‘Mi playa’

Dicen que los veranos son para romper con la rutina. Sin embargo, los míos estuvieron, durante cinco años de mi infancia, llenos de hábitos extraordinarios que han marcado mi vida. Las vacaciones estivales eran sinónimo de abuelos, playa y sandia. Cambiaba los libros de texto por el cuadernillo de Santillana, las actividades extraescolares por siestas y la dulce voz de mi madre que nos llamaba para ir al colegio, por una voz ronca que me hacía cosquillas en los pies mientras decía: “¡Arriba, dormilona! Si no te levantas ya, llegaremos tarde a abrir la playa”.

Mi abuelo, mi hermana y yo éramos los primeros en pisar la arena cada mañana. Mi abuelo nos contaba que teníamos que preparar la playa para que los que viniesen detrás la encontrasen perfecta. Era la excusa idónea para justificar los madrugones diarios en pleno agosto y disfrutar de sus nietas en el mejor sitio, cerca del mar.  Todos los días recogíamos los envases, las colillas o las medusas que aparecían en la orilla. “Es muy importante mantener la playa limpia para disfrutar del mar nosotros y los que viven en él”, decía. Después tomábamos un tentempié viendo cómo se aproximaban los primeros bañistas y nos preparábamos para bucear y saltar las olas los tres juntos.

Hace pocos meses volví a ese lugar, a esa playa. Me senté frente al mar en el mismo sitio en el que lo hacía entonces. El entorno y los accesos eran distintos. Donde antes había hipnóticas dunas con flora adaptada a zonas áridas, ahora imperaba el ladrillo con construcciones de viviendas y aparcamientos a pie de playa. Cerré los ojos para volver a mis recuerdos, no quería quedarme con esta última imagen de ‘mi playa’.  Al abrirlos sentí el pellizco de la nostalgia. Veía a mi abuelo y a mi hermana en la orilla llamándome para que fuera a ver un pulpo que se habían encontrado y que se convertiría en lo más emocionante del día.

Yo lo tengo claro. En esos veranos aprendí a amar el mar y a respetarlo. La inmensidad del océano me cautivó primero por fuera, al imaginar paraísos asombrosos escondidos tras la línea del horizonte que separaba el mar del cielo, y luego por dentro, cuando empecé a descubrir la vida que hay bajo el agua.  Aumentó mi inquietud por los animales marinos y si me preguntaban qué quería ser de mayor, respondía con firmeza: “Bióloga marina”.  Esta pasión me llevó incluso a dejar constancia en mi piel y la tinta con la que está escrita la palabra océano me acompañará el resto de mi vida. He sido muy afortunada al poder disfrutar de atardeceres y amaneceres frente al mar en diferentes puntos del planeta. Son sin duda alguna unos momentos únicos e irrepetibles que han reforzado mi profundo respeto hacia él.

¿Y ahora qué? ¿Qué hago ahora? ¿Cómo mantengo los recuerdos más bonitos de mi infancia y la sensación de plenitud que siempre me ha aportado el mar si solo quiero llorar? Las imágenes de plásticos acumulados en playas y enredados en tortugas me hunden. Aparto la mirada, no quiero ver la realidad. Es muy dolorosa. Odio el plástico y lucho a diario para reducir su uso pero mi batalla contra él no es suficiente. Nos ha ganado. Está por todas partes y es imparable.

Gracias, abuelo, por enseñarme lo que es realmente el mar y por haberme inculcado los valores del respeto por el medio ambiente y los animales. Tú sí que lo disfrutaste con nosotras, fuimos afortunados. Ahora muchos abuelos no podrán vivir lo mismo. Hay islas hechas de basuras y de plásticos y muchos animales mueren por ingerirlos. Sé que lo pasarías mal si lo vieses. Prometo hacer lo que pueda por ti, por mí y por los que vienen detrás. Te quiero.

Los mausoleos del Ejército Rojo en la Berlín soviética

La sección ‘Maletas amigas’ se detiene en esta ocasión ante monumentos de la capital alemana poco conocidos. Con su texto y sus fotos, el periodista @tejomachuca te invita a realizar una visita llena de historia.

Como sabe cualquier estudiante de Historia, la Segunda Guerra Mundial terminó en Europa en mayo de 1945, cuando los ejércitos aliados culminaron su ofensiva contra los nazis e invadieron Alemania. Británicos, franceses y estadounidenses atacaron desde occidente, mientras que la Rusia comunista lo hacía por el flanco oriental. El antagonismo entre ambos bloques llevaría más tarde a la división del mundo y a la guerra fría entre capitalistas y socialistas, pero en ese momento todavía estaban unidos y su objetivo no era otro que derrotar a las tropas de Hitler.

El Ejército Rojo de la Unión Soviética entró desde el este y, por pura cercanía geográfica, fue el que se encargó de liberar Berlín, la capital germana. La misión no fue nada fácil, porque los nazis estaban dispuestos a resistir con tanta violencia como la que habían empleado en los años anteriores durante sus campañas sanguinarias de conquista. El esfuerzo final ruso, y los años anteriores de conflicto, se cobraron la vida de millones de soldados; solo en la última batalla murieron unos 80.000.

Para recordar a sus caídos, los soviéticos edificaron abundantes memoriales por todo el territorio del oriente europeo que quedó en su área de influencia. Por su significado especial como urbe más importante del enemigo, en Berlín alzaron no uno, sino varios. Por suerte, aún se conservan y se pueden visitar, algo muy recomendable si te acercas a esta ciudad para comprender un poco mejor su turbulenta historia.

El más impresionante de ellos es, sin duda, el de Treptow. En este distrito al sureste, a orillas del río Spree, hay un parque en el que las autoridades de ocupación soviéticas, en 1946, decidieron instalar un complejo gigantesco que sirviera a la vez como recordatorio eterno de la lucha contra el fascismo y como cementerio para los soldados fallecidos en combate. Más de 10 hectáreas de terreno son las que abarca un monumento que, por su extensión y su ubicación un tanto apartada con respecto al centro (deberás bajarte en la estación de S-Bahn de Treptower Park y desde ahí caminar unos diez minutos hacia el este; conviene que consultes antes el recorrido porque no está muy bien indicado), requiere una mañana entera para verlo.

El espacio consiste en una explanada enorme presidida por un montículo artificial; en su cima, con una altura total de unos 30 metros, hay una estatua que representa a un soldado liberador, sosteniendo en una mano a una niña pequeña, y en la otra una espada con la que está destrozando una esvástica. Antes de llegar a ella se flanquean dieciséis sarcófagos enormes con relieves que reproducen distintas escenas bélicas y en los que se han grabado, tanto en ruso como en alemán, citas de Stalin. Tras la caída de la República Democrática Alemana en 1989 se ha planteado alguna vez eliminarlas, pero la falta de consenso político hace que todavía sigan ahí.

Para acercarse hasta ellos hay que pasar primero entre otras dos esculturas de granito rojo que quieren representar dos banderas soviéticas; en rigor, desde cerca es difícil adivinarlo, y aun alejándose hay que echarle un poco de imaginación. 

Junto a estos pendones hay otros dos soldados arrodillados, en homenaje a sus compañeros desaparecidos. En conjunto, toda la estructura resulta imponente, no ya por su valor artístico (que también) sino por su tamaño descomunal. Ya sabéis que, cuando se lo proponen, los rusos hacen las cosas a lo grande.

El otro monumento es mucho más pequeño, pero lo que sorprende de él es su ubicación. Está situado a pocos centenares de metros de la puerta de Brandeburgo, también dentro de un parque: en este caso el de Tiergarten. En cuanto te hagas con un mapa de la ciudad verás que este lugar de exaltación bolchevique quedó en el lado occidental del Muro, en la zona controlada por el Reino Unido. Aun así, no solo no fue desmantelado con las hostilidades de posguerra, sino que se mantiene en muy buenas condiciones.

La explicación es que, al contrario que el otro (que, por su tamaño, requirió más tiempo), este fue construido justo después de la toma de la ciudad, el mismo mayo de 1945, tan rápido que los ingleses todavía no habían tenido tiempo de tomar posesión de la zona que les correspondía. Además, las relaciones entre los aliados aún no se habían deteriorado, así que las demás potencias no solo no pusieron pegas, sino que hasta ayudaron en la construcción de un homenaje al Ejército Rojo. A fin de cuentas, habían sido ellos quienes llevaron casi todo el peso de la conquista.

Mucho más modesto, este conjunto apenas consta de una galería semicircular de columnas; en el centro hay un pedestal bastante más alto con otra estatua de un soldado. Lo que más llama la atención, sin embargo, es que a los lados hay un par de tanques soviéticos y otros dos cañones que la artillería roja usó en combate. Apenas unos minutos son suficientes para su visita, y lo bueno es que se encuentra en una zona de paso casi obligado, en plena avenida del 17 de Junio; si caminas desde la puerta hacia la Columna de la Victoria, o viceversa, te tropezarás con él.

Hay que recordar que existe un tercer memorial en Schönholzer Heide, un parque situado bastante más al norte. Es fundamentalmente un cementerio al que se llevaron los cuerpos de más de mil soldados que se pudieron recuperar e identificar tras la batalla, aunque también cuenta con alguna estatua conmemorativa y un obelisco de unos 33 metros de altura. Su lejanía hace que sean pocos los turistas que se atrevan a acercarse hasta allí.

En islas extremas, por Amy Liptrot

“Me alegro mucho de haberte conocido, es de esas cosas buenas que te pasan en la vida…”  Cuando este libro cayó en mis manos, leí su título y la cariñosa dedicatoria de mi amiga Carmen. Con estas dos cosas algo ya me decía que me iba a gustar y una agradable sensación me hizo sonreír.

Llevaba ya algún tiempo sin encontrar un libro que me inspirara o me hiciera sentir las emociones más profundas de sus protagonistas. Pero esta racha terminó a las pocas páginas de empezar a leer este ejemplar.

En este caso, es la propia autora, Amy Liptrot, la protagonista de una historia de superación en la que la naturaleza está muy presente hasta el punto de llegar a convertirse en su salvavidas.

Tras una década de excesos, adicciones y soledad en la capital británica, la escritora regresa a la granja donde pasó su infancia situada en las islas Orcadas, Escocia. Pero, aunque a priori este lugar debía haberse convertido en su refugio, el invierno, las tormentas, los acantilados, la oscuridad y su pasado, no se lo pondrán fácil.

Es entonces cuando Amy encuentra en la naturaleza los elementos que conseguirán que salga del pozo que le tiene sumida en una vida desorganizada y sin esperanza. Los baños en aguas heladas, la luna, las auroras boreales y el conocimiento de las aves del lugar, ayudarán a la autora a recuperar y restaurar su vida.

Es prácticamente imposible no ponerse en los zapatos de Amy y no sentir su vacío interior. Y es muy repador leer cómo su vida se reconduce y los motivos por los que lo hace.

Los sentimientos, la naturaleza y la geografía de estas islas desconocidas para muchos, son motivos más que suficientes para disfrutar con este ejemplar de 260 páginas que engancha de principio a fin.

60 horas en Múnich

Son las seis de la mañana. El sonido de las ruedas de mi pequeña maleta deslizándose por el suelo me mantiene despierta. Ya en el metro, me siento acompañada por caras soñolientas. Pero hoy la mía no es como la de ellos. Estoy alerta y con los nervios de un niño en su primer día de colegio. Próxima parada: Aeropuerto-T4. Destino, MúnichAlemania.

No es un viaje más. Es un viaje, para mí, a un destino desconocido. Siento que esto lo cambia todo. El deseo y la incertidumbre me habitan desde hace días. Aunque la improvisación, cuando viajo, es un elemento añadido de placer, en esta ocasión no he podido evitar buscar gran cantidad de información sobre la ciudad en multitud de blogs de viajes.

Ya con los pies en tierras alemanas, mi cuerpo me pide algo de abrigo. La temperatura ha cambiado y mis nervios también. Relajada y feliz en destino, estoy deseando dejar la maleta en el hotel y aprovechar cada uno de los minutos de las sesenta horas que va a durar esta escapada otoñal junto a Cristina. El primer paseo, Marienplatz, centro y alma de Múnich. Priman la vista y el olfato. La luz del norte reflejada en adoquines y tejados da textura a esa mezcla de aromas que terminan construyendo un olor indefinible, más bien inclasificable pero, sin duda, reconocible. Una vez que lo percibes, va a formar parte de la memoria viajera, que identificará a esta ciudad como algo singular y sorprendente.

Del barullo del Viktualienmarkt, el mercado de quesos, salchichas, artesanía, flores… a la tranquilidad del Englischer Garten, el pulmón verde de la ciudad. ¿Qué mejor sitio para tomar una jarra de cerveza Hofbrau que contemplando la Chinesischer Turm? Junto a esta pagoda de madera construida a finales del siglo XVIII, la ‘rubia’ sabe mejor. También ayuda el paisaje, la compañía, el ambiente y una divertida lluvia de castañas.

Es recomendable probar las especialidades locales que, habitualmente, están fuera de nuestro menú cotidianos. Salchichas de todo tamaño y color, ensalada de col, sopas, codillo o pretzel son algunas de las deliciosas recetas con las que hay que atreverse. Eso sí, lo normal es saborear un plato de Weißwurst, salchichas blancas, en compañía de desconocidos gracias a la peculiar socialización que se origina en los restaurantes de Múnich y en sus enormes mesas de madera.

Cuando viajamos, solemos buscar o conocer aquellas cosas que forman parte de nuestros intereses personales, pero en el destino elegido. Visitar museos es un ejemplo. En Múnich se puede recorrer la Pinacoteca Antigua (Alte Pinakothek), el Museo Paleontológico (Paläontologisches Museum), el Museo de Transportes (Deutsches Museum Verkehrszentrum) y el Museo de Ciencia (Deutsches Museum), entre otros. ¡Y vaya experiencia! Cuatro sitios totalmente diferentes entre sí, pero igualmente especiales.

Viajar y amar la cultura nos puede llevar a conocer al director de la Pinacoteca Antigua y sentir su evidente pasión por la pintura. También interesarnos por el sistema de iluminación de las salas de este museo, basado en el ahorro energético o dar una modesta opinión sobre el color que debería tener la futura sala de exposiciones temporales, ahora en obras. ¿Será el gris intermedio la tonalidad elegida?

El patio interior del Museo Paleontológico de Múnich te traslada al Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. Tiene algo especial, a pesar de su sencillez y de las pocas piezas expuestas. Es acogedor y desprende trabajo hecho con cariño. No es difícil salir de allí con una sensación inexplicablemente reconfortante.

El Museo de Transportes está compuesto por naves repletas de todo tipo de vehículos; trenes, carruajes, coches, motos, bicicletas o bólidos de Fórmula 1. No es de los museos más atractivos, a priori, salvo para los aficionados, pero pasear por sus salas, además de hacerte sentir pequeño, te trasmite un curioso sentimiento patriota muy alemán.

Por último, el Museo de la Ciencia. Este enorme recinto está dividido en plantas sobre astronomía, metales, energías renovables… Demasiada información para una sola visita. Le hace falta una renovación de forma urgente. Está anticuado y huele a añejo. Es muy fácil perderse en unas minas laberínticas recreadas de forma fiel en lo que podría haber sido una galería. La salida y, por fin, la luz a través del túnel tras pasar por otras excavaciones, pero en esta ocasión de sal.

Y como todo viaje, su principio tiene fin. La maleta, ya en Madrid, vuelve a sonar al deslizarse por la calle. Donde antes amanecía ahora hay atardecer. Siento que el equipaje pesa más que el día de mi partida. La vuelta está cargada de instantes, enseñanzas y vivencias irrepetibles.

Bajo el cielo de Zagora

Tras varias horas de viaje en furgoneta desde donde divisé las montañas nevadas del Atlas y pequeños pueblos teñidos de ocre, el motor se detuvo cuando ya no quedaba rastro alguno de civilización. Un punto indeterminado del desierto de Zagora, en Marruecos, me recibió con un atardecer anaranjado que parecía sacado de una acuarela y con camellos que terminaron de completar la estampa típica de cualquier postal marroquí. Se hizo la oscuridad en el campamento y me tendí sobre una manta para disfrutar de un cielo estrellado que no había visto ni en las mejores películas. El corazón me latía fuerte mientras admiraba su belleza y pensaba en lo rápido que vivimos y en lo poco que nos paramos a deleitarnos con cosas tan sencillas como las estrellas. Junto a una hoguera que calmó mi frío entablé una conversación con un bereber de ojos negros. Las llamas avivaron su mirada y creo que jamás podré borrarla de mi mente. Aquella noche sobraba todo; el teléfono, el reloj y las facilidades a las que acudimos a diario. Tras una noche mágica, un amanecer indescriptible me hizo sentir afortunada, especial y plena.

Top 5 de Copenhague en invierno

Que tus amigos viajen y que luego quieran compartir recomendaciones en tu blog… ¡No tiene precio! Así ha hecho Luis Tejo @tejomachuca con esta entrada que recoge los cinco sitios que no hay que perderse en Copenhague en invierno. ¡Y yo encantada! Ahí van…

La capital de Dinamarca, no nos engañemos, es una ciudad fría. La geografía obliga: situada a 55 grados de latitud, más cerca del polo norte que del ecuador, sus temperaturas a duras penas alcanzan los 20 grados en los mejores momentos del verano. El viajero que se acerque a la puerta de Escandinavia en la otra mitad del año debe esperar noches largas y días nublados o lluviosos, y cargar con varias capas de abrigo.

Eso no significa que diciembre o enero sean mal momento para visitar Copenhague. Ni mucho menos. El puerto de los mercaderes, que es lo que significaba su nombre en danés antiguo, tiene mucho que ofrecer en una época que parece hostil al turista, pero que sin embargo muchos visitantes de todo el mundo aprovechan para conocer sus encantos.

Lo único es que hay que ser un poco más selectivo, ya que algunos lugares que ocupan, por derecho, posiciones destacadas en las guías no pueden contemplarse ahora en todo su esplendor. A cambio, estos otros siguen mereciendo la pena.

1.- La Sirenita (Den lille havfrue)

El monumento más reconocible de la ciudad a nivel internacional no pierde su singular belleza ni siquiera bajo cero, aunque hay que procurar acercarse a ella un día que no llueva, ya que, haciendo honor a su nombre, está situada literalmente en medio del mar. Eso sí, a apenas un par de metros de la costa, en el paseo marítimo Langelinie, frente a la antigua fortaleza militar Kastellet que también merece una visita. Las autoridades están planteándose alejarla un poco más de la orilla; la barrera de agua ayudaría a evitar actos vandálicos, pero dificultaría un poco sacarle buenas fotos.

Como curiosidad se debe reseñar que la estatua es un homenaje a Ellen Price, una bailarina de principios del siglo XX que se había hecho célebre por protagonizar un ballet sobre el famoso cuento de Hans Cristian Andersen, y a la que Carl Jacobsen (rico heredero de la cervecera Carlsberg) admiraba… pero de ella solo tiene la cara, ya que se negó a posar desnuda, así que el escultor tuvo que tomar como modelo a su propia esposa.

cph sirenita

2.- La Iglesia de Mármol (Frederiks kirke)

A escasos metros del palacio real de Amalienborg se encuentra este imponente templo luterano que debe su nombre original al monarca Federico V, quien ordenó su construcción en 1749 pero murió sin verlo acabado. De hecho, el coste excesivo de las obras hizo que estuvieran más de un siglo paradas, hasta que en 1865 la iniciativa privada de un empresario permitió retomar los trabajos. Cuando se concluyó, en 1894, los copenhagueses se encontraron con un opulento edificio barroco inspirado en San Pedro del Vaticano que puede presumir de tener la cúpula más grande de Escandinavia (46 metros).

Lamentablemente ahora mismo no se puede entrar porque se están ejecutando trabajos de mantenimiento, pero nada más que por ver la fachada ya merece la pena acercarse hasta allí. Si vas por la mañana puedes aprovechar para disfrutar de la ceremonia del cambio de guardia en el palacio.

cph iglesia marmol

3.- La torre redonda (Rundetårn)

Copenhague es una ciudad que dispone de una amplia oferta de miradores en altura desde los que disfrutar de bonitas panorámicas de la ciudad. Este observatorio astronómico del siglo XVI, aún en uso, es el más adecuado para ascender en estas fechas por tres motivos. El primero es su ubicación, bastante céntrica, en la confluencia de las calles Landemærket y Købmagergade, que te evitará viajes largos para llegar y te permitirá contemplar cómodamente todo el casco urbano. El segundo, que no te cansará mucho: para trepar sus 35 metros no tendrás que subir muchos escalones, ya que casi todo el recorrido es una rampa que da siete vueltas y media a la estructura. ¡Hasta se hacen allí carreras de monociclos!

Pero el fundamental es el tercero: si quieres conocer los cielos de la capital danesa, no te va a quedar más remedio que optar por esta alternativa. Otros candidatos potenciales, como la torre del palacio de Christiansborg o la de la iglesia de San Salvador (Vor Frelsers Kirke), cierran durante la época invernal. Con buen criterio, las autoridades los consideran demasiado peligrosos: las ráfagas de viento o las escaleras resbaladizas por la lluvia o las heladas podrían darte un disgusto.

cph torre redonda

4.- Nyhavn

Esta calle, cuyo nombre se traduce como “Puerto Nuevo”, sale de Kongens Nytorv, una de las plazas más importantes de la ciudad, y avanza hacia el sureste siguiendo el flanco izquierdo del canal del mismo nombre. A mitad del recorrido hay un puente que permite cruzar al otro lado, hacia el sur, y acceder fácilmente al palacio de Charlottenborg.

La vieja zona marinera era equivalente, salvando las distancias, al Barrio Rojo de Ámsterdam. Hoy los burdeles han desaparecido, pero sí que se conservan multitud de cafeterías y restaurantes que la convierten en, posiblemente, la más bulliciosa y animada del casco antiguo de Copenhague. Además, las casas, algunas de ellas con más de tres siglos de historia, están pintadas de colores vivos, que contrastan con el gris de la piedra y el marrón del ladrillo que tanto abundan en el resto del callejero. Junto con los muy numerosos barcos anclados en la orilla, forman la típica imagen que ningún aficionado a la fotografía se puede perder.

cph nyhavn

5.- Jardines del Tívoli

Es poco común encontrarse un parque de atracciones en pleno centro de una gran capital europea. Entre el ayuntamiento y la estación central de ferrocarril se instaló allá por 1843 la que hoy es la segunda área recreativa más antigua del mundo (solo le gana el Bakken, también en Dinamarca), en la que se inspiró el mismísimo Walt Disney para crear sus establecimientos. La entrada principal del recinto se ha mantenido igual desde hace más de 170 años.

Desde los clásicos e inocentes tiovivos y carruseles hasta las montañas rusas más salvajes, todo se puede ver y probar en el Tívoli sin miedo a que unas pocas gotas de lluvia paralicen el espectáculo, como ocurriría en nuestro clima seco del sur. Además, la decoración, que va variando en función de la época del año, contribuye a crear un ambiente mágico que, en uno de los pocos tópicos que se cumplen a rajatabla, hará las delicias de mayores y niños. El único inconveniente es que sale bastante caro, aunque hay varias fórmulas de entrada: ofrecen un billete de viajes ilimitados que puede obligarte a empeñar un riñón, mientras que si simplemente quieres dar un paseo (no es mala manera de pasar una tarde) el acceso será relativamente asequible.

cph tivoli

Mi 2017 en viajes

Hoy, 31 de diciembre de 2017, vuelvo a echar la vista atrás para recordar mis viajes de este último año. Y, tras hacer recuento de destinos, debo reconocer que, a pesar de no ser muchos, me siento muy afortunada de lo vivido en los últimos 12 meses.

Arranqué el 2017 viajando a las afortunadas, las Islas Canarias. Fuerteventura fue el paraíso escogido y la entrada de año a pie de playa no pudo ser mejor. Las Grandes Playas, las interminables dunas del Parque Natural de Corralejo o las vistas a la Isla de Lobos, me cargaron las pilas de energía e ilusión para seguir descubriendo nuevos enclaves durante el año.

dsc00302dsc00307

Avanzó el año y mi paso por Nájera, en La Rioja, me recordó que no hace falta irse muy lejos para descubrir grandes destinos. Con un inigualable patrimonio histórico que incluye cuevas, murallas, puentes, museos, iglesias… etc.  y una deliciosa gastronomía tradicional, este lugar que ocupa el punto central en el tramo riojano del Camino de Santiago, bien merece una visita.

najera

Después del verano me esperaba uno de mis grandes descubrimientos del año y, seguramente de toda mi vida, Asturias. No era mi primera vez ya que ya conocía Gijón, pero esta vez era distinto ya que viajamos en grupo haciendo parada en distintos pueblos que llenaron nuestra alma y estómagos de imborrables recuerdos: Llanes, Cudillero, Llastres, Oviedo, Gijón, Cangas de Onís y Covadonga. Ahora que ya han pasado unos meses, vuelvo a cerrar los ojos y sigo viendo inigualables paisajes verdes, vacas, la preciosa costa a través de la ventanilla del coche… ¡Y qué decir de los platos que allí degusté! Eso sí que no lo puedo borrar de mi mente y sueño con volver a saborear su gastronomía, única en el mundo.

DSC00368DSC00444

Un inesperado viaje familiar a Valencia me llenó de recuerdos de infancia de las excursiones en furgoneta con mis padres y hermanos por la geografía española. Despedir septiembre en playas desiertas, comiendo paella y paseando al atardecer por el centro de la ciudad son momentos que guardo en esa memoria viajera que me acompañará de por vida.

DJRLpPpX0AAhR7z.jpg_large.jpg

El último viaje que hice en 2017 fue una escapada exprés a Múnich, Alemania. Una visita muy cultural en la que, además de conocer los principales monumentos y museos de la ciudad, pude degustar (junto a mi inseparable Cris) salchichas, codillo, ensalada de col y cerveza, los protagonistas de su cocina. Me gustó el espíritu joven de la ciudad, el uso de la bicicleta y no olvidaré la lluvia de castañas junto a la Chinesischer Turm, una pagoda de madera frente a la que la Hofbrau sabe mejor.

IMG_20171005_172731DSC00393

El 2018 comienza, como no podía ser de otra forma, con un viaje. El destino elegido en esta ocasión es… ¡Marrakech! En esta aventura me acompañarán grandes viajeros que, al igual que yo, tienen ganas de descubrir una ciudad de contrastes y experimentar las maravillas que ofrece. ¡Próximamente en el blog! En este año también habrá novedades respecto al diseño del blog. Estoy deseando que veáis el resultado y… ¡Que os guste!

Feliz año y felices viajes.

#Recordando: Así viví y conté el paso del tifón ‘Yolanda’

A primeros de noviembre de 2013 el tifón ‘Yolanda’ arrasaba todo lo que se encontraba a su paso por Filipinas. Por aquel entonces yo vivía en Manila y, a pesar de que la ruta de este fenómeno medioambiental no tocó tierra en la capital, sí que sufrí sus lluvias intensas e interminables, sentí el miedo a lo desconocido y, posteriormente, la tristeza y la fuerza de superación de los filipinos. Ya han pasado cuatro años pero todavía queda mucho por hacer en las zonas en las que ‘Yolanda’ impactó con más fuerza, Samar y Leite. Mis contactos me comentan que se ha avanzado mucho en las tareas de rehabilitación y reconstrucción pero que la catástrofe fue tal magnitud que todavía pasará algún tiempo hasta que todo esté normalizado.

A continuación os dejo mi relato de los días posteriores al paso de ‘Yolanda’. Lo que viví, lo que me contaron mis amigos sobre sus familiares afectados y lo que me transmitieron mis fuentes en la zona cero. Este artículo fue publicado en 2013 en el periódico ‘Estrella digital’, un medio que se interesó por contar los efectos devastadores de este tifón a través de mi testimonio como residente en Filipinas.

yolanda

Imagen satélite del tifón / Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU.

Destrucción, hambre y desesperación extrema. Esta es la situación a la que se enfrentan cada día las familias supervivientes a la furia de ‘Yolanda’, uno de los tifones más fuertes en la historia de Filipinas. Seis horas de intensas lluvias y ráfagas de viento de más de 250 kilómetros por hora que transformaron el paisaje de islas como Samar y Leyte. En éstas ahora reina la devastación más absoluta. Y con ello, miles de muertos y decenas de heridos y desaparecidos. El desorden y el caos aumentan por segundos a la espera de una mediática ayuda humanitaria que no acaba de llegar a las bocas de los que lo han perdido todo.

“No tenemos casas, no nos queda nada, pero hemos tenido mucha suerte de no resultar heridos. No está llegando ningún tipo de ayuda. Los esfuerzos del Gobierno para asistir a los afectados están pasando por alto a los pueblos pequeños y las autoridades locales no están haciendo nada. Nos estamos alimentando de la comida que era para los cerdos”, comenta Delma Bacani, una residente del Barangay Maputi, en Sumaraga, isla de Samar, quien insiste encarecidamente en que escriba por completo el nombre de su pueblo para que no caiga en el olvido y rechaza relatar las horas de angustia y aquello que vio mientras el tifón lo arrasaba todo.

La familia de Erwina Planillo vive en Santa Fe, Leyte, una de las islas de la región de Visayas más devastadas por la fuerza del tifón ‘Yolanda’. Desde Manila, Erwina intenta hablar cada día con sus parientes. “Me cuentan que lo que más necesitan es comida porque no queda. Tampoco tienen ningún sitio donde poder comprarla. No hay electricidad y sólo hay varios momentos al día en los cuales podemos hacer llamadas con los teléfonos móviles. No pueden irse de allí porque no tienen ningún sitio al que ir aunque sí que hay opciones de salir”, argumenta esta mujer filipina quien además añade que su familia disponía de algo de cosecha propia pero que se están quedando sin comida. “Están muy furiosos porque los medios de comunicación muestran muchas imágenes de alimentos y provisiones pero no está llegando nada hasta ellos”, concluye Erwina.

Familias como la de Delma y Erwina han sobrevivido a una catástrofe natural de una imponente magnitud. Otras se han visto reducidas a la mitad o incluso han desaparecido por completo. Hay incluso familias que se mantienen en vilo al desconocer el paradero de sus seres queridos. Este es el caso de la familia de una joven que no quiere revelar su identidad y es reacia a hablar sobre este tema. Cuenta en voz baja y con los ojos muy tristes que el padre de su novio estaba por motivos de trabajo en Tacloban, denominada ahora la ‘zona cero’ de Filipinas. Desde que ‘Yolanda’ irrumpió en esta tranquila ciudad costera no han vuelto a saber nada de él. Han probado a buscarle a través de localizadores en páginas web y por fuentes militares pero casi una semana después de esta tragedia no saben nada y aunque mantienen la esperanza, son conscientes de la gravedad e impacto que este fenómeno meteorológico tuvo en Tacloban.

Desde la capital de Filipinas, Manila, se tarda más de 24 horas en llegar a la isla de Leyte. Este país asiático está compuesto por 7.107 islas y eso hace que los aproximadamente 600 kilómetros que separan la capital filipina de Leyte, se conviertan en horas y horas de coche y ferry. Esto también afecta a los envíos de ayuda desde la ciudad más desarrollada del país, los cuales no se han podido realizar por vía aérea dado que su aeropuerto, de uso militar, ha estado inservible. “Lo primero que hay que hacer es restaurar los servicios: comunicación, salud, seguridad, electricidad, agua y transporte. Ahora mismo, el 40% de las comunicaciones han sido restablecidas. En cuanto a la electricidad, es un poco difícil porque el 95% de las infraestructuras están dañadas y hará falta como mínimo dos meses para su completa reparación. El agua también es un problema. Esto está afectando tanto a la salud como a la higiene de las personas. La prioridad ahora para el Departamento de Salud es la recuperación de los cuerpos para llevarlos al sitio adecuado. Las carreteras están restablecidas y las conexiones por barco entre Sorgoson y Cebú están operativas, aunque se espera que un montón de pasajeros luchen por un hueco en ellos”, apunta un jefe de policía filipino que ha querido preservar su identidad y quien además ha puntualizado que se están proporcionando servicios de escolta en las rutas de camiones y ferris con alimentos y ayuda para evitar los pillajes, los robos y el desorden.

Las redes sociales se han convertido en una herramienta de divulgación de información de primera mano, de fotografías y, al mismo tiempo, de denuncia social. Fragmentos como el siguiente se repiten en perfiles filipinos y buscan contar una realidad que consideran que no aparece en los medios de comunicación. “Pon los pies en la tierra. No juzgues tan rápido a los saqueadores. Yo fui un saqueador. Yo robé medicinas para Cruz Roja y leche y comida para los niños. Anduve cuatro horas buscando algo que beber. Aquellos considerados como ex convictos me ofrecieron algo de comida y casi todo el tiempo están dispuestos a tenderte una mano cuando les dices que realmente necesitas ‘algo’. Lo que no se muestra en las noticias es cómo esta gente se ayuda mutuamente entre tanta catástrofe”.

La isla de Cebú fue otro de los sitios en los que se pudo sentir a ‘Yolanda’ de una manera notable. “La intensa lluvia y las fuertes rachas de viento azotaron mi zona en el municipio de Barili durante un día entero. Cuando empezó a llover se cortó la electricidad y no volvió hasta un día y medio después. Estaba ansioso y lamentaba haber olvidado reponer las pilas de mi vieja radio y comprar velas. Intenté dormir cuando anocheció. Dios escuchó mis rezos y afortunadamente no hubo demasiados daños en mi área. Creo que nadie puede prepararse para la intensidad de este tipo de tifones. La única opción es apartarse de su camino lo máximo posible. Las comunicaciones y la electricidad aquí en Cebú volvieron a la normalidad un día después del golpe del tifón pero aún no he podido contactar con mi primo Tito Alerre que vive en Abuyog, Tacloban”, cuenta Agustín López Maramara, un granjero que sufrió los efectos del tifón.

Mientras la gente espera las ayudas e intenta pasar página y empezar una vida nueva, el presidente de Filipinas, Benigno Aquino, se dirigía recientemente sus compatriotas en una intervención televisada para anunciar la declaración de estado de calamidad nacional pocos días después de que el ‘Yolanda’ irrumpiera violentamente. “La cooperación y el rezo ayudarán a la nación a levantarse de este desastre. Mostremos el corazón filipino que nunca se arrodilla ante ningún tifón”, concluyó el dirigente.

Un viaje ininterrumpido

Verano de 2014,

Después de tres horas viendo agua a través de las ventanas del barco, sonreí al divisar el puerto de Marinduque. Conocida como el corazón de Filipinas por su orografía, esta isla es popular por el Festival de los Moriones, una recreación de la Pasión de Cristo que cada Semana Santa llena las calles de personas ataviadas con máscaras y trajes de soldados romanos.

Desde un inestable jeepney adornado con luces azul eléctrico, recorrí serpenteantes carreteras mientras una indescriptible música sonaba a gran volumen. Por suerte encontré una ventanilla por la que sacar la cabeza y respirar. La humedad pegó la ropa a mi piel, en la que empezó a hacerse visible la presencia de mosquitos, algo que solucioné rociándome una capa más de repelente. Tras abandonar la carretera y recorrer unos metros por un camino de tierra, llegué a Amanah.

Amanah es el nombre de la finca que Yong, un empresario filipino, heredó de sus antepasados. Cocoteros, fauna salvaje y un acceso privado a la playa son algunos de sus encantos. Encontré paz en plena naturaleza, pero también inquietud al toparme con arañas y lagartos geckos de dimensiones a las que no estaba acostumbrada.

Por la noche charlé con Yong sobre la isla. El escenario elegido fue una capilla al aire libre construida en Amanah y capricho de Ivy, su mujer. No había luz, solo un sendero de velas alumbraba tan singular construcción. Los filipinos son católicos, una herencia española que cala hondo en todos los sectores de la vida del país. Yong me contó que desde hace años trabaja en la conservación de las tradiciones marinduqueñas y en la mejora de la calidad de vida de los desfavorecidos.

Al día siguiente, Yong me acercó hasta un cibercafé que había construido para gente sin recursos. Me encontré un modesto local con ordenadores y ventiladores en continuo movimiento. Me comentaron que lo más habitual era que la gente  los utilizara para ver vídeos, buscar trabajo o estar en contacto con familiares. A la salida y, mientras esperaba al conductor que me llevaría al puerto, me quedé mirando a un niño que jugaba con un cachorro. Irradiaba una deslumbrante felicidad que no soy capaz de describir. Jugaba aislado del mundo hasta que se percató de mi presencia. Me miró y clavó en mí una interminable sonrisa que no he podido olvidar. El coche llegó y yo no podía parar de mirarle. Me monté y cuando el vehículo arrancó grite: “Wait!” (¡Espera!). Bajé del coche y entré en el cibercafé. Cogí mi cámara de fotos, saqué la tarjeta y cogí una nueva que llevaba de repuesto. Entregué mi cámara y la tarjeta y pedí que enseñaran al pequeño que jugaba con el perro cómo funcionaba.

Pasado un tiempo escribí al cibercafé. Me dijeron que Miko acudía habitualmente y que cada vez hacia mejores fotos de su perro. En ese momento sentí que mi viaje no había acabado y que continuaría mientras aquel pequeño siguiera presionando el disparador.

21309

8 imprescindibles de Japón by Álvaro García

Álvaro García es Front-End Developer y un amante de Japón. Los encantos del país asiático le dejaron boquiabierto en un primer viaje en el verano de 2016, ésto le obligó a volver un año más tarde para seguir descubriendo el país del sol naciente y poder así mostrarnos los 8 lugares que son para él imprescindibles si decides visitar Japón.

ありがとう!

Desde pequeño soñaba con viajar a extraños lugares llenos de encanto y misterio, siendo el mundo oriental el que más me fascinaba por lo diferente y exótico que se me antojaba. Según fui creciendo, mis ansias de viajar para conocer más del mundo, crecieron a la par y, cuando llego mi época adulta, surgió por fin la oportunidad de salir de España por primera vez. Desde entonces, siempre que me ha sido posible, he buscado ir un poco más lejos, encontrar algo nuevo y excepcional que visitar o hacer hasta que finalmente mi camino me llevó a aquellas lejanas tierras que soñaba ver.

1.- Akihabara

Akihabara /A.G

El barrio electrónico y otaku por excelencia de Tokio aglomera entre sus calles los conocidos Maid Cafes, salones recreativos, compra-venta de artículos electrónicos, sex-shops y librerías con los últimos mangas de moda junto con una gran cantidad de productos ecchi (lascivos). Si los productos que venden en sus tiendas no te han llamado ya tu atención… lo hará la iluminación de sus calles al llegar la noche, que son toda una referencia por si mismas de la ciudad de Tokio.

2.- Castillo Himeji

Himeji / A.G

Visitar el castillo de La garza blanca designado como Tesoro Nacional y como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco nos traslada a un pasado medieval con el clásico ambiente feudal japonés. Tendremos la sensación de trasladarnos al pasado no solo atravesando sus pasillos exteriores, sino también al adentrarnos descalzos a su interior, recorrer sus salas y subir sus empinadas escaleras hasta llegar a la cúspide del castillo.

3.- Shibuya

Shibuya / A.G

Hablar de Shibuya es hablar tanto de un símbolo de Japón representado en la estatua de Hachiko (el perro fiel) como del cruce de Shibuya, el cruce con más afluencia de viandantes del mundo. Ver la gran marea humana que lo atraviesa nos transmite por un lado desasosiego con la gran cantidad de gente aglomerada en un mismo sitio pero, por otro lado, gran perplejidad ante el orden y respeto entre los viandantes, los cuales no chocan entre ellos.

4.- Museo de Ciencias Naturales de Tokio

Sala del museo / A.G

En este museo podremos encontrar diferenciadas dos zonas. Una de ella es la Galería de Japón y otra la Galería Global. La primera dispone de ejemplares autóctonos del país tanto actuales como mucho más antiguos entre los que se encuentra disecado Hachiko. En la Galería Global nos encontraremos una amplia colección de llamativos ejemplares entre los cuales, los dinosaurios que recorrieron la tierra y los mares se llevan la palma. Una colección imprescindible para cualquier amante de la historia natural.

5.- Ushiku Daibutsu

Ushiku Daibutsu / A.G

Aunque es una localización alejada de los puntos más turísticos y puede costar algo de tiempo llegar para visitarla, la misma naturaleza de esta estatua habla por si sola. Esta increíble estatua de Buda es la tercera más grande del mundo siendo solo superada por 18 metros por el Buda del Templo de la Primavera en China y por 6 metros por la de Laykyun Setkyar en Birmania. Si la comparamos con la Estatua de la Libertad veríamos que es 3 veces más alta y 30 veces más grande que ella.

6.- Nara

Nara / A.G

Encontramos, en la zona del increíble Todai-ji, la construcción de madera más grande del mundo que a su vez aloja en su interior la estatua del buda sentado más grande de Japón. Dicha construcción está declarada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, igual que el Santuario Kasuga Taisha y el bosque primigenio Kasugayama cercano a él, al que llegaremos atravesando miles de linternas de piedra con gran cantidad de manadas de ciervos pastando en libertad.

7.- Kioto

Kioto / A.G

Las callejuelas de Sannenzaka y Ninenzaka junto con Kiyomizu-dera pertenecen al distrito de Higashiyama, una de las zonas históricas mejor conservadas y con un ambiente único que nos traslada como si fuera un viaje al pasado al Kioto tradicional. Los antiguos edificios de madera, sus tiendas de mercaderes tradicionales y la gran cantidad de peatones vestidos con trajes de la época intensifican aún más dicha sensación.

8.- Fushimi Inari

Fushimi-Inari / A.G

Atravesar la gran cantidad de puertas toris puede llevarnos alrededor de 3 horas subiendo empinadas pendientes y una increíble cantidad de escalones. A mitad del trayecto mucha gente no avanza más. Es a partir de ese tramo cuando hay ratos en los que nos encontramos solos en la naturaleza, con nuestros pensamientos e impresiones, atravesando un paraje con una belleza sin igual y parte de la magia de ese momento se nos queda grabada en la retina y el corazón como un momento especial y único que siempre disfrutaremos en nuestra memoria.

Y el gran Álvaro, además de fotos y textos, ha querido dejarnos este ‘aperitivo’ en formato audiovisual… ¡Un minuto y medio que, sin duda, han despertado mis ganas de volver a Japón!

Texto, fotos y vídeo: Álvaro García.

Si quieres saber más sobre él, sigue sus perfiles en las redes sociales:

Facebook –  https://www.facebook.com/mesientofreak/

Twitter- https://twitter.com/mesientofreak

Youtube – Me siento freak https://goo.gl/8TRSSr